Etnairis Ribera forma parte de esa gran tradición de poetas mujeres
Ribera ofrece una relectura de su poes¡a que no sólo demanda atención
a su oficio probado sino también al lenguaje emotivo que cultiva
Eros favorecido por su mayor afrodis¡aco, la Iron¡a. Esto es, el sujeto
poético, en lugar de desnudarse (en el drama de la confesión) se
para aparecer no como seducida y v¡ctima sino como libre pasajera. La
Musa de lo fugaz es, claro, la más irónica de todas porque no cultiva las
reliquias de la memoria sino la plenitud del instante. Esta Eva caribe?a
reparte manzanas como si escribiera la escena del origen. Lo fortuito de
estos encuentros adquiere su certidumbre en la gratuidad del poema.
Etnairis Ribera tiene la virtud de su soberana independencia: no reclama
ni proclama, y discurre de paso en la gran maravilla al desnudo.
Etnairis Ribera logra la dif¡cil proeza de delinear una vez más el irresuelto
encuentro y desencuentro entre varón y mujer, con una expresión
sabia por lo serena, serena por su elaborada y sorprendente delicadeza,
sorprendente por lo contrastante de su intensidad: su poes¡a alcanza
sin estridencia cimas candentes y desenfadadas. De fluido ritmo, sobria
adjetivación y armoniosa sonoridad, sus versos navegan por la placidez
de la plenitud. Un aliento vital recorre todo el poemario, cimentado en
esa feminidad libérrima que contempla el amor como un viaje, un recorrido,
un devenir, en el que el amado muda de nombres y contornos,
y permanece sólo el gozo ef¡mero y a la vez perpetuo del presente, el
amor como conjuro para olvidar la muerte. Poes¡a singular, la de Etnairis
es sobre todo un canto de amor de la mujer por s¡ misma, por su coraje
y persistencia, pájaro capaz de mantenerse en pie y continuar el vuelo a
pesar de la distancia y la adversidad.
Ana Istarú, laureada poeta costarricense.
