El cartel pone Fin de Trayecto. Hemos llegado, por fin, al último volumen de Seudolog¡a. En este proyecto viajero por el reino del esp¡ritu que es Seudolog¡a han quedado apenas entrevistos por mis ojos algunos amenos paisajes de la comunicación humana en los que me habr¡a gustado demorarme. A ello se debe quizá que en esta hora no me invada tanto la emoción extática o deportiva de haber alcanzado una cumbre virgen cuanto la más apacible y filosófica de haber consumado un viaje vitalicio. Aún as¡, el gobelino de estampas sucesivas que so?é a finales del siglo pasado ha cubierto todas las estaciones de la vida y todos los temas de la obra, de los dioses a los mortales y del autoenga?o a la traición, esa perfidia que clava el pu?al por la espalda, a la más amable mentira por amor que el lector tiene en sus manos. Nunca he pedido a los dioses el fin de estos trabajos, como escribe Esquilo en su Agamenón. Pese a la apariencia de haber estado bregando como un galeote todos estos a?os, lo cierto es que me ha costado levantarme del escritorio una vez desplegados los papeles del enga?o: Seudolog¡a fue siempre una act